“Marx divide a sus conocedores entre quienes lo consideran el señor de Galilea o los que lo señalan como Lucifer”
Debe haber sido por el año 2004, en una de las tantas visitas a la librería “Abel Santamaría”, en la intersección de las calles 25 y O, en el barrio de El Vedado en La Habana, cuando en algún rincón encontré, entre una pila de libros usados, Moro: el gran aguafiestas.
No era la primera vez que caía en mis manos una biografía de Marx, pero su título, formato de bolsillo y otras gratas sorpresas llamaron mi atención. Al llegar a la casa caí embrujado, y no tuve otra alternativa que no fuera leerlo de corrido, pasando de la risa al llanto, la dicha a la tristeza, al apreciar las tantas vicisitudes enfrentadas por Marx y su familia, así como por sus mayores amigos. Estaba ante un retrato humano y un paisaje familiar sin par. Desde entonces no hay amigo y amiga a quien no aliente a leer Moro…, partiendo por los de aquellos años habaneros, en su mayoría estudiantes de Medicina, Química, Ingeniería, Psicología… todos maravillados y consternados con la vida de “aquel alemán”.
Para fortuna mía, en meses pasados el equipo asesor de la Editorial Inti de Cochabamba prestó atención a mi majadera recomendación de publicar Moro… en Bolivia. Desde ese “manos a la obra” el tiempo se nos ha pasado entre edición, diagramación, correcciones, hasta terminar este bello libro, a ser presentado en un foro virtual el miércoles 5 de mayo –día de natalicio de Marx– a través de las páginas oficiales del Movimiento Guevarista (MG) de Cochabamba.
En el intertanto, otra vez para fortuna mía, tuve que mantener contacto con la autora de Moro… la reconocida periodista y escritora cubana Paquita Armas Fonseca, con quien sostuvimos un nutrido diálogo para publicitar su trabajo.
¿En qué circunstancias escribió Moro: el gran aguafiestas? ¿Y cuál es el origen de ese trabajo?
Leí El Capital cuando tenía 14 años y estaba inmersa, como toda mi generación, en aprehender el marxismo. Por supuesto a esa edad entendí ¡nada! de la obra cumbre de Moro. Luego en una buena parte de las clases que recibí, Marx y Engels eran solo un dechado de virtudes.
Decidí no estudiar por manuales y me sumergí en la lectura de obras como los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844; Crítica de la filosofía del derecho de Hegel y El 18 de Brumario de Luis Bonaparte.
Así, en 1979, en la escuela Superior del Partido Ñico López, me topé con Luis Armando Salomón, un brillante profesor que me enseñó a leer a Marx, Engels, Hegel, en fin a los filósofos, y de paso contribuyó a “organizar” lo aprehendido en lecturas dispersas.
La vida me llevó a la revista El Caimán Barbudo, entonces un estandarte del pensamiento en Cuba, y allí debatía casi todo el tiemp, con mis compañeros y con visitantes. Jamás olvidaré una conversación como de tres horas con Roberto Fernández Retamar sobre Marx y la filosofía, desde entonces él me decía “la filósofa”.
Pero fue un amigo, colega brillante, Bernardo Marqués (luego emigró a Estados Unidos y escribió contra la Revolución), quien en medio de una acalorada discusión me dijo: “Chica, ¿por qué tú no escribes sobre Marx, pero así como lo defiendes, sin afeites?” Esa incitación fue la génesis del libro.
¿Cómo fue el proceso de biografiar a Marx, el hombre, su entorno y época?
En parte he respondido esa pregunta. Empecé a biografiar a Marx cuando leí El Capital. Por razones que no vienen al caso, dejé de dirigir El Caimán en febrero de 1988, no había cogido vacaciones en cinco años y le pedí a mis jefes tres meses para escribir sobre Marx.
Ese reportaje de tranco largo, como me gusta decirle, salió en dos meses. Y sostengo que llevaba 20 años haciéndolo porque, lógicamente, si quería desnudar el alma de aquel descomunal pensador, tenía que saber de sus gustos, triunfos y fracasos, amores, lugares preferidos y así, gracias a muchos amigos que conocían de mi pasión por el marxismo, leí libros que me traían de diversas latitudes. Creo que si un día llego a Colonia sabré donde está cada calle.
No me lo propuse, pero más de un lector me ha dicho que tiene un montaje cinematográfico, con capítulos independientes, y creo que tienen razón. Traté (y creo lo logré) de desmontar la estatua de bronce en la que convirtieron a mi Moro. Por eso hablo del hijo, el hermano, el amante, el amigo, el lector, el ser humano excepcional que puso a la filosofía en un lugar cimero.
¿Qué distingue su trabajo de otras biografías del Prometeo de Tréveris?
Pienso que Marx divide a sus conocedores entre quienes lo consideran el señor de Galilea o los que lo señalan como Lucifer. No es una cosa, ni la otra, es un científico con aportes que llegan hasta siglo y medio después de realizados, y también cometió errores como un homo sapiens, en verdad especial, pero homo sapiens al fin. Eso distingue a mi Moro.
¿Por qué leer y recomendar Moro…?
Para los marxistas o conocedores de la obra de Moro, es refrescante encontrarse con sus poemas, sus cartas, sus berrinches y diversos gustos; para los que nunca lo han leído, encontrarán el retrato de un hombre que como padre lloró, fue un amante ardiente, un desconsiderado amigo, y un pensador gigante que aún es estudiado en las universidades más prestigiosas del mundo.
Dos personajes claves y recurrentes de su biografía son Jenny de Westfalia y Federico Engels, ¿quiénes son y cuál es su aporte a la obra marxiana y en sí mismos?
Jenny fue la amante, novia, esposa de Moro, que cambió su holgada posición económica, por una vida llena de escaseces, tantas que vio morir a dos de sus hijos por hambre. A la vez escribió cartas hasta el cansancio, explicó la obra de su hombre y compartió su humor, a pesar de la miseria.
Mi amigo, el escritor, periodista, narrador deportivo, Victor Hugo Morales, dice que este libro es sobre “los Marx”, por como trato a Jenny. Y esa apreciación es válida.
Engels, ¡ay!, Engels me duele. Federico, apodado el General, por Moro, se merece mucho más un libro que el Moro. Fue el amigo que mantuvo a los Marx, el que vivió maritalmente con una obrera, esgrimista, intérprete musical, un hombre bello, elegante… pero sobre el que no he podido terminar su reportaje de tranco largo, El General sí tiene quien le escriba. Marx le escribió: “Te constan dos cosas, primero que a mí me llega todo más tarde, y segundo, que no hago más que seguir tus huellas”. Engels no fue “el segundo violín”, fue un hombre tan genial como su amigo, decidió dedicarse al “vil comercio” para facilitar el parto de El Capital.
La imagen de Marx como militante político es poco conocida, ¿cómo fue encontrarse con él y sus compañeros en este camino de vida?
No hay revolucionario teórico. Desde su jefatura de redacción en La Gaceta del Rin, Moro fue un militante político, basta leer sus artículos y cartas. Fue una destacada figura de la Liga de los comunistas. Luego, en la Internacional, fue tanta su entrega que no tenía un penique para los gastos de la casa; y cuando la Comuna de París aconsejó de manera elegante a los comuneros que le pidieron opinión. Siguió y opinó sobre la guerra civil en Estados Unidos y en sus habituales polémicas con los revisionistas de su propio tiempo afirmó: “Todo lo que sé es que yo no soy marxista”.
A la luz de los años, ¿cuál es el valor más grande que considera de Marx y su obra?
El valor más grande es haber puesto la filosofía al derecho. Antes de él la dialéctica pertenecía a los idealistas, y los materialistas tenían una concepción mecanicista, especialmente de la historia.
Junto a ese aporte cognoscitivo valió entonces y ahora la conocida tesis 11 sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. En una frase definió de qué se trata ser revolucionario: el mundo hay que cambiarlo.
¿Por qué estudiar a Marx, su persona y labor actualmente? ¿Tiene algo que decir Marx en el siglo XXI?
Mientras exista el capitalismo, Marx tiene cosas que decir. Los mayores defensores teóricos del modo de producción capitalista han estudiado El Capital para ver cómo funciona el sistema.
Muchas de las teorías para salvar al capitalismo han nacido de ese conocimiento marxista de la producción de mercancías, su circulación y la plusvalía.
Ahora bien, el marxismo no es una receta, ni un dogma, es como afirmó Lenin: “Una guía para la acción”. Si la disección del capitalismo hecha en El Capital es válida en su esencia, el sistema ha variado y por tanto hoy existen preguntas, por ejemplo, ¿serían los indígenas una clase social para Marx? ¿Cómo se evaluaría la acción revolucionaria de grupos sociales como gay, negros, mujeres, entre otros?
El marxismo se ha ido enriqueciendo con el paso del tiempo, en esos “aportes” han existido variantes revisionistas por completo, pero otras se deben tener en cuenta.
El Primero de Mayo de 2000, Fidel dijo: “Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”.
Ese es uno de los aportes teóricos al marxismo, nacido desde una intensa praxis, de nuestro eterno Comandante en Jefe.
Finalmente, ¿pudiera dar un mensaje a las lectoras y los lectores bolivianos, que a partir del 5 de mayo podrán acceder a la primera edición de Moro… publicada en Bolivia?
Que tomen el volumen sin prejuicio, no es un libro de filosofía, es una historia de un gran amor y una amistad extraordinaria, en personas que vivieron un siglo y medio atrás, pero que siguen influyendo en el hoy, por ser revolucionarios en todo, en la praxis, en las ideas que defendieron y en como vivieron. Llorarán con el desgarramiento del padre al perder un hijo de seis años, o la madre que vio irse a uno de sus pequeños por hambre, o al amante que le reprocha al amigo su incomprensión con el dolor ajeno. Claro. se trata de personas excepcionales por su erudición y entrega a la Revolución, pero ante todo personas como Ud., que lee y sufre, ama, ríe, disfruta de la música, el teatro o del té.
Javier Larraín
Profesor de Historia
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